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Comerse un buen chuletón en... Artxanda


La fama de comer bien y de comer mucho, de los vascos, no es una broma. Aunque soy de los que piensan, con razones, que no hay que abusar de la carne roja, no cabe duda que un buen chuletón quita las "penas del sentío" como decimos por aquí abajo. Y hoy les voy a hablar, por si viajan a Bilbao, de un lugar que puede suponer una mañana agradable de paseo, se trata de Txakoli Simon. El Txakoli Simón está en el monte Artxanda, con unas vistas espectaculares. Tiene dos comedores interiores y el merendero, que es donde comimos nosotros (verano). Según me informaron la carne suele ser de vaca gallega, de Betanzos.

 
Subir a Artxanda ya es de por sí un paseito agradable. Coges el funicular...


El funicular de Artxanda tiene su base en la plaza del Funicular adyacente a la calle Castaños, cerca del paseo Campo de Volantín, entre el Ayuntamiento de Bilbao y el puente de La Salve.
Su primer viaje lo hizo el 7 de octubre de 1915, operado por una empresa privada. Al quebrar ésta, el municipio se hizo cargo de él en 1939. Fue totalmente reformado en 1983 y actualmente está gestionado por el Ayuntamiento de Bilbao. Se construyó para poder acceder al casino que estaba situado en el monte Artxanda. En la guerra civil, durante el asedio de Bilbao las vías y la estación superior fueron bombardeadas y se interrumpió el servicio hasta 1938. (Wikipedia)


Las vistas desde el monte Artxanda son espectaculares. Pero la primera pregunta que me hice fue ¿por qué un restaurante se llama txakolí? ¿no era un vino? Abajo en la Web del restaurante nos lo aclara... Aunque en este Bilbao postindustrial, nos cueste creerlo, hubo un tiempo en que buena parte de la Villa, vivía pendiente de las cosechas, y entre las más sobresalientes, de la de txakoli. Hacia 1850, en lo que hoy es el ensanche de Bilbao, se recogían casi diez mil litros de txakoli por año. La palabra txakoli llegó a designar no sólo a este joven y fresco vino, sino también a todos aquellos lugares donde, con la afable compañía de unas botellas, los vascos discutían, conversaban, apostaban o simplemente descansaban tras la jornada laboral. Así surgieron los txakolineros. Entre todos ellos, los de pura raza eran los que no ponían el pie en cafés ni en tabernas. Para ellos existían los txakolís «donde dedicarse a su afición favorita, que consistía en echarse entre pecho y espalda un buen plato de huevos con chorizo o una cazuela de "merlusita frita" o de bacalao en salsa, con su ajito y todo, remojando estos manjares con su correspondiente jarra de txakolí. Esta suculenta ceremonia tenía lugar bajo los emparrados, en mesas rústicas o, si el invierno obligaba, frente al hogar de la cocina. Allí, el txakolinero pasaba la tarde degustando su bebida favorita con sus correspondientes viandas caseras.

Y llegamos al particular comedor exterior o merendero del restaurante donde nos atendieron muy rápido y con una calidad extraordinaria.


Lo típico es comer una ensalada, unas morcillas y una carne, con su crianza para compartir.


... ya solo quedan las brasas ¡nos lo comimos el chuletón!

Pues ese día además nos despedíamos de nuestra familia vasca, así que con nostalgia pero bien comidos nos fuimos de Bilbao y del País Vasco, pero pronto ¡volveremos!


Agur Aitor y Marian !!


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